Paul reconoció que la hora se aproximaba, dio unos repiqueteos hasta un angulo en el que la posada de sol se permita observar y se sentó justo allí, con la tela negra por debajo de sus rodillas y cubriéndole el cuello de la brisa de otoño. Su sonrisa no era la que se deslumbraba con el anaranjado del circulo solar, (el nunca muestra sus sentimientos) sino su morocho cabello. Podría ser una imagen memorable, si el hombre no fuera más que un desconocido que va mirando con anonimia el verde de la colina. De vez en cuando salpica el agua de la playa, pero su verdadero hogar es sano y salvo en aquel cerro. Los infinitos rumores que se inventan de el en el pueblo son lo de menos, la paz y tranquilidad que se escapa por sus poros lo obligan a mantenerse satisfecho consigo mismo sin importarle realmente lo que piensa el resto de los metiches. Se agacho para arrancar una hoja de donde pertenece, examinarla y guardársela en el bolsillo. Lucia linda.
¿Quién es el? ¡A quién le importa! Es un rechazado más de la sociedad, un extraño, alguien diferente, y por lo tanto sera visto con malos ojos. Algunas veces hasta llega a bajar al esmeralda del bosque, y allí se pierde en las alturas de los arboles y la belleza de las flores. Por supuesto, siempre vuelve a recorrer su camino de rocas hasta lo más alto de la colina cuando llega la hora de la puesta de sol. Como adora la puesta de sol. Podría observarla las veinticuatro horas del día, sin rechistar.
Pero cuando de verdad luce como un idiota feliz de vivir es el momento en el que marcha con sus pies hasta aquella roca que por unos centímetros de altura podría tocar las nubes, y mientras simula manejar una inmensa e importante orquesta, tararea una suave melodía para sus adentros. 'Day after day, alone on the hill, the man with the foolish grin is keeping perfectly still.'

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