Todos ustedes, individuos, se lamentan por mí. No obstante, nadie logra comprender el gusto que tome por la falta de bienes. No anhelo ser auxiliado, y mucho menos salvado. Con un rumbo u otro, considero una tarea innacesible ser socorrido cuando uno se encuentra preciosamente a salvo y en un perteneciente hogar. Aun no siento mis vertebras quejumbrándose y finalmente averiándose. Mi corazón bombea sangre incalculables veces por periquete y es bien sabido que la causante de mi abundante confort no es la anciana de las migajas de pan.

El anochecer del ultimo jueves (en el santiamén en el que la luna decayó, para ser exactos), el más bello, guapo y agraciado acto de romance fue llevado a cabo. Los duplos de miradas melancólicas fueron desparramados por debajo de las silenciosas y infinitas arboledas. En el tenebroso rincón, dos ancianos de cabello encanecido y prendas de los años '60 desprendían esperanza mientras leían una novela policial de tapa férrea. A una dupla de pasos hacia la derecha, dos pequeños corretean sin cesar por los sitios más atractivamente comprometedores mientras las manchas yacía sobre sus pringosas camisolas, carcajeándose de sus alrededores. Acompañantes y atributos del suceso, parejas desde heterosexuales hasta homosexuales galopaban por los descubiertos alrededores, sin duda alguna a una lejanía desmedida. 

¿Conmemoran alguna fútil circunstancia que se haya tomado el momento de dejar una huella en tú vida? Por mi cuenta, acabo de relatarlo. Uno logra conseguir detalles adorables de aquella clase de ratos. Puedo asegurar que por la palma de mi mano, por mi madre, por mi padre, por mis tobillos, por mi falta de la canasta básica, y por mi gran indolencia que no urjo de inestabilidad gracias a el amor. Ya sea fraternal, apasionado, delicado, accesible, embarazoso, intrincado. Porque el amor es todo lo que necesito, todo lo que respiró, cada vena que se encuentra floreando mis pieles, y yo sobrevivo gracias a el.