animal coming alive.
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leanne.
jueves, 20 de octubre de 2011 | 9:40 | 1 comments


No estoy loca, ¿verdad?
¡Por supuesto que no estas loca! No se te ocurra siquiera pensarlo. 

Las comisuras de mis labios se elevaron para formar una inocente sonrisa. Simon usualmente se encontraba en lo cierto, ese chaval. Lógicamente me mantenía en mis cabales, la palabra locura me contemplaba desde lejos y las piezas de mi mente no conseguían estar más ubicadas. No coexistía punto o hecho el cual me espante, ya que al fin y al cabo conllevaba una vida de lo más común y corriente. Aquel húmedo centro medico estaba cometiendo un error sin duda alguna, mi destino me aguardaba con una preciosa vida bajo el brazo. Tan solo un individuo verdaderamente torpe dudaría de aquel dato. Tal vez si mi propia independencia se encontrara en la palma de mi mano, escribiría una novela. Uno de esos best-sellers que tanto agradan a los adolescentes. O por otro lado, me creería capaz de escribir un libro de cuentos, pequeñas historias inspiradas en Blanca Nieves pero con indices de lujuria. La pasta se sentía entre mis dedos. Sí. Eso mismo haría, porque mi intelecto era ordinario como la de cualquier prójimo.

Simon, creo que seré una escritora.
¡Fantastico! Yo se que puedes hacerlo, porque no estas loca.

Baje mis parpados para permitir al sol irradiar su luz en ellos. Nadie comprendía la simple belleza de observar el brillo de los rayos de sol traspasar la fina tela que cubre una ventana a pleno día. Por mi cuenta, lo encontraba fascinante. La calma de los neones solares se confundían con mi rubia melena, no obstante aquello resultaba afable en todas los rumbos de la palabra.

Me vi obligada a fruncir el ceño en el periquete en el que la armonía producida por la claridad de la vida natural se vio esfumada. La oxidada puerta rechinó en un movimiento contra el asfalto de mi habitación, sin cesar y desubicadamente. Mi rostro se ensombreció, debido a que las singulares veces en las que esa puerta era abierta, cada una de aquellas veces tenían un solo propósito: desapacibles remedios o abogados que hablaban sin lógica aparente. Con cualquier rumbo, en la tercera vez que un hombre de traje se permitió entrar, deje de percibir sus oraciones y simplemente simular una falsa atención. Cada uno de ellos anhelaba auxiliarme para escapar de aquella cripta, sin embargo yo no era tonta. Puedo introducirme en sus mentes. Reconozco las conversaciones que emprenden. Es bien sabido que hablan de mi justo detrás de mis espaldas, yo lo se. 

-Leanne -susurró una débil voz femenina. Una enfermera, remedios innecesarios. La alegría de mi vida. -Leanne, es tú día de suerte, se te dio el alta -. 

¿Escuchaste, Simon? ¡Voy a escapar de aquí!

Desde la punta de mi cabeza hasta el más elongado de mis mechones de cabello, mi absoluta cabellera bailoteo en el aire cuando atendí a aquellas palabras. Sin embargo, la desconfianza habitualmente se hacia presente en las situaciones más inoportunas, como aquella. Una mirada interrogante se poso sobre el demacrado rostro de la muchacha de mi parte. La joven enfermera conservaba una adorable estética, es una lastima que deba vivir de tal degradante manera.

Su rostro lucía espantado, tal y como una alumna en su primer día de clases. -La mitad del pueblo falleció, incluyendo a tú familia- se produjo una pausa ocupada por el silencio. La muchacha aguardaba por una desesperada reacción de mi parte, pero me mantuve impalpable. -Es por el virus D, asesino a millones de personas y solo permanecen unas pocas cantidades. El centro se quedo sin empleados, por lo tanto se encuentra cerrado-. 

¿Mi familia? Bah. Esos arrogantes. No me comprenden, no son Simon y acostumbraban divisarme por detrás de sus hombros como si de basura se tratara. Jamas prestaron sus oídos a mis palabras cuando les aseguraba que no necesitaba antídotos ni drogas, por lo tanto no les debo siquiera una pizca de mi comprensión. 

En aquel santiamén, asumí lo sucedido y mi cuerpo entero se dio media vuelta sobre mis propios pies. La enfermera soltó un espantador respingo demostrando temor, apremiándose de una aguja tranquilizadora a la velocidad del rayo. Já. Ese movimiento se había tornado en una monótona defensa de antaño. Tome paso ferozmente hasta la fémina, sin siquiera echarme hacia atrás y fulminándola con la mirada, para luego tomarla por la blusa y arrojar su cuerpo contra unos estantes de cristal repletos de toda clase de farmacéuticos que fueron expulsados de su sitio usual al alarmarse por el impulso del golpe. 

Algunos estilos de personas lo llamarían delirio, no obstante los seres con un destello de sentido común le nombrarían como un acto de valentía. Me eche a correr tan ligeramente que me resulto una ardua tarea sentir mis propias pisadas. Al fin y al cabo, la buena literatura no existiría para siempre y la inspiración no perduraría eternamente.

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